Esta medianoche del 23 al 24 de agosto, volvía a mi casa luego de cenar con unos amigos. Uno de ellos se ofreció amablemente a pagar la cuenta, así que el dinero para abonar mi importe estaba intacto. Unos artesanos me ofrecieron el producto de sus manos y, como estaban buenas, me compré una tuquita por la buena onda que me tiraron. Pero al llegar a la esquina de casa un flaco alto con las manos en el bolsillo y su acompañante, una mujer de unos 16 años, me paran y me piden dos pesos.
Casi nunca pongo plata de los mangueos, así que le dije no. Insiste, pero la respuesta fue la misma. “Me matás”, le respondo. Al tercer pedido yo intento terminar la comunicación y camino hacia un costado. Pero se interpone en mi paso, frente a mí. Como yo soy muy inteligente me digo a mí mismo: “Ah, esto es otra cosa”. Miro a la gurisa y, oh casualidad, también se interpone en mi camino, pero sobre mi costado derecho. El tipo, siempre con las manos en el bolsillo, me explica que tiene un caño y que si no accedo a sus reclamos, me explota. “Ah, esto es un asalto”, me dije mientras me ahogaba sobre mi brillante conclusión.
Sin escucharlo, le replico que sólo podía ofrecerle un cigarrillo, que la niña toma bruscamente de mi mano. Ahí me pide el teléfono. “¿El qué?”, y me repite “- El teléfono, el celular”, con cara de no estar tan convencido del genial uso cotidiano que hago de mi materia gris. Le respondo con un vehemente “No papá, no, te equivocaste” y ahí si, me abro paso sobre el costado izquierdo de la chica, justo sobre el lugar donde no me detenía su acompañante varón. Pego la vuelta y llego a mi casa. Fin de la historia.
Ahora, ¿qué cosa motivó tanta seguridad como para ejecutar una tentativa de hurto contra mí? Su presencia era más alta que la mía, capaz que fue su confianza frente a mi capacidad de respuesta. Eran dos y yo uno solo, imagino también que fue su ventaja táctica. Su cara era bastante más fea que la mía, pero no creo que sea muy diferente a mi porte de belleza.
Creo que es la capacidad de asustarnos. El Otro es un sujeto radical e impenetrable. Es un abismo, un tajo infinito, una herida cuyo fondo jamás conoceremos. Y si eso es válido para las personas que conocemos, lo es en mayor medida para los extraños que se nos presentan de una, imprevisiblemente. Ellos intentaron convencerme que mi seguridad física es algo que se puede comprar, crearon mi necesidad por ella e intentaron venderme miedo y yo no sabía si eran capaces de garantizar la amenaza. Hoy no compré; mañana capaz que aparece otro chorro con mejor capacidad de venta y ta, no me la juego y entrego lo que haya en mis bolsillos.
Ya me robaron en tres ocasiones. Pero no puedo salir a la calle con miedo. Quiero saber por qué roban, porque si esa pregunta tiene respuesta, se pueden evitar los crímenes menores como forma de vida. En Uruguay no existen estudios académicos ni recopilación de experiencias sobre el tema y es una falta que se debe señalar. ¿Sobre qué estamos trabajando?
La respuesta no es el temor, no puede ser la misma moneda que me quieren cambiar los chorros. Tiene que ser una salida madura y en libertad, sin esa esclavitud que nos acosa hoy llamada miedo. Mi seguridad no es una moneda de intercambio y mañana voy a salir a tomarme una con mis amigos. No por valiente, sino por necesario.
Esta noche intentaron robarme. Pero yo no firmo.