John Updike es un escritor norteamericano que ganó el premio Pulitzer dos veces, en 1982 y en 1991. Se murió el año pasado por veterano, nada del otro mundo. Como todo buen escritor, dejó una rara mezcla de mundo ficción de reglas propias con autobiografía, un poco como terapia. Hizo de todo, pero lo que mejor le salió fue hablar de infidelidad y relaciones humanas en el marco del “amerian way of life”, tan hipócrita como atractivo e hipnotizante. Después de grabar y masterizar Breathe, un libro no viene mal, para descansar las orejas. Así que este es el plan de grabación para finales de octubre: leer.
El libro que comparto de este autor es “Run, Rabbit” y no tiene nada que ver con la cita de Waters “Run, rabbit. Run!”. Pero es un buen libro, una buena canción y está bueno alimentarse de otras cosas.
—¿No quiere que le lleve a donde está su esposa?
—No. Mierda, no. Quiero decir, me parece que no serviría de nada, ¿no cree?
Durante un largo rato parece como si el otro hombre no le hubiera escuchado; su limpio y cansado perfil mira a través del parabrisas mientras el coche avanza con un sordo zumbido a una velocidad lenta, constante. Harry acaba de tomar aliento para repetir su última frase cuando Eccles dice:
—Si usted no quiere que sirva, no servirá de nada.
Parece que así, sin más complicaciones, ha quedado zanjada la cuestión. Bajan por Potter Avenue hacia la carretera. En las calles soleadas no hay más que niños, algunos de los cuales aún llevan puesto el uniforme de la escuela dominical. Las niñas llevan vestidos color rosa que se abren como una campana a partir de la cintura. Las cintas hacen juego con los calcetines.
—¿Qué hizo ella para que usted se fuera? —pregunta Eccles.
—Me pidió que le comprara un paquete de cigarrillos.
Eccles, contra lo que Conejo había esperado, no se ríe; parece ignorar la frase como si se tratara de algo impúdico, como si se hubiera pasado de la raya. Pero ésa era la verdad.
—Es la verdad. Daba la sensación de que toda nuestra vida consistía en hacer recados y favores, era como si estuviera dedicándome todo el tiempo a tratar de arreglar los líos que ella armaba continuamente. No sé, me pareció que estaba pegado a un montón de juguetes despedazados y vasos vacíos y televisores enchufados y comidas a deshora, y no hubiera formade salir de ahí. Entonces de pronto comprendí lo fácil que era salir, salir andando, simplemente, y, mierda, bien cierto que era fácil de verdad.
—Lo ha sido durante menos de dos días.
—Oh. Ya sé que la ley…
—No pensaba en eso. Fue lo primero en lo que pensó su suegra, pero su esposa y el señor Springer
están firmemente en contra de tal recurso. Imagino que no lo están por las mismas razones. Su esposa parece estar casi paralizada; no quiere que nadie haga nada
—Pobrecita. Es tan boba.
—¿Por qué está usted aquí?
—Porque usted me cazó.
—Quiero decir que por qué estaba delante de su casa.
—Regresé a buscar alguna ropa limpia.
—¿Tanto le importa la ropa limpia? ¿Por qué se aferra usted a cosas tan exteriores cuando no se lo piensa dos veces antes de pisotear a la gente?
Ahora Conejo advierte el peligro; no debería hablar; sus palabras se vuelven contra él como pequeños anzuelos y trampas.
—También he vuelto para devolverle el coche.
—¿Por qué? ¿No lo necesita para huir?
—Pensé simplemente que era lógico que se lo quedara ella. Su padre nos lo vendió más barato. Además, no me servía de nada.
-¿No?
Eccles apaga su cigarrillo aplastándolo en el cenicero del coche y se mete la mano en un bolsillo de la chaqueta para coger otro. Están rodeando la montaña en el punto más elevado de la carretera. La pendiente de subida y la de bajada son demasiado pronunciadas para que en este punto quepa una casa o una gasolinera. El río brilla oscuramente abajo.
—Pues, si yo tuviera verdaderamente intención de abandonar a mi esposa —dice Eccles—, cogería un coche y me alejaría mil kilómetros.
Parece casi como un conejo que le fuera dirigido desde encima del cuello blanco.
—¡ Eso fue lo que hice! —exclama Conejo, encantado por lo mucho que tienen en común—. Me fui hasta West Virginia. Luego pensé que a la mierda con todo y regresé.
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