lunes, 23 de mayo de 2011

sábado, 7 de mayo de 2011

A mí me gustaba el Charly García drogado (o la crítica que NO hay que escribir)

Mentira, no me gusta ver pasado a Charly. Pero esta semana leí un par de críticas en medios montevideanos donde apuntan las baterías a lugares inadecuados para describir arte.

Daniel Viglione entrevista al músico para El Observador y subraya la falta de respuestas a las cuestiones ligadas con drogas. Hace dieciséis preguntas, siete hacen referencia explicita con la cocaína y el resto a su modo de vida. De música, nada.

Explicita que el músico prefiere no hablar de sus años de descontrol, a pesar de su insistencia. Le pide una reflexión “sincera y cruel” sobre su obra. Y termina con una pregunta Luis Majul (“¿sos feliz?”): consulta qué le pediría a Dios.

Me queda claro que el tipo fue a buscar un titular vinculado a un juicio negativo sobre las drogas. La última pregunta alude a los narcóticos: responde “Seguir recibiendo y dando amor, esa es mi única droga de hoy”. Terminó la nota, obtuvo su titular mareado.

Habría que explicarle a la gente de El Observador que los católicos no son el 100% de sus lectores. Algunos sentimos la atracción por las preguntas inteligentes.

Si bien la entrevista de Gastón Pérgola realizada en enero para El País fue más respetuosa, las últimas novedades para el diario van de la mano del escándalo. Los hijos, Palito Ortega, la medicación psiquiátrica. Aún no hablamos de música.

Gonzalo Curbelo, para La Diaria, no tuvo acceso al músico. Repasó la carrera solista con algún guiño a sus años anteriores. Pero viene con la misma propuesta de fiscal penal, de crítico artístico no.

Curbelo subraya las influencias pop de los años solos y olvida que explotó la samba brasileña (que tocó en Río, Serú Girán nació para tocar en ese festival jazz) y por supuesto el tango rioplatense como ningún músico de rock en Argentina. Habla de las referencias al descontrol general de las baladas en “Cómo conseguir chicas” del ’89, y llega a subrayar su gusto por versionar canciones, y eso lo descubre como un escriba que no quiso destacar lo artístico, señalando lo espectacular*.

Pero la peor crítica de todas es la que publica Brecha con la pluma de Andrés Torreón. La recomposición de la relación con el público, para él, se dará con la producción de espectáculos prolijos, ordenados y profesionales. Esto indica que el semanario de izquierdas, o por lo menos una de sus plumas, considera que la cultura pasa por el intercambio de bienesculturales, que necesariamente exigen estas tres características anteriores.



Y puedo comparar a Charly con estos exponentes, porque Torreón señala su vínculo con Palito Ortega, tomando una posición bastante maniqueísta del mundo.

Si pasamos por alto los niveles artísticos que alcanzó Carlos García Moreno es que no nos llegó al cuore, algo a lo que todos tenemos derecho. Ahora, ese no es el tema del crítico. El tipo tiene que hacer otra cosa.

La posición del cronista de cultura es explicar las influencias musicales, comentar los puntos de vista que la obra refleja, conectar su trabajo con otras voces, descubrir su valor en una estética dada. Es decir, expandir la obra a lugares que ni el propio artista conoce.

Si los tipos no escriben sobre su liderazgo en la  producción de rock sinfónico en Argentina, si no consignan los contenidos de sus letras en plena dictadura, ni la fusión musical, ni los artistas que surgieron y desarrollaron a partir de sus bandas, ni su comprensión de lo que es una canción a lo largo de sus discos, no explican por qué Charly García es así.

Lo que ellos dicen es que no les gusta Charly García porque están por encima de él.

Más allá del valor artístico, el creador debe comprometerse con honestidad en cada obra. Seguir sus valores aún cuando la salud paga. La voz de un tiempo termina de la misma manera que su tiempo. Yo no propongo que matarse es parte del juego, digo que las consecuencias por encontrar nuestros fantasmas y plasmarlo en una obra de arte no tiene un final feliz. Y aquí me detengo, para que cada cual reflexione a su manera.

Pero por favor, que sea una discusión digna del arte y no digna de Jorge Rial.

Los dejo con una canción pop, "robada" de James Brown, que la compuso en los peores años del racismo norteamericano.




 
* Cabe consignar que “Promesas sobre el bidet” la escribió mientras se bañaba y tomaba whisky, que “Demoliendo Hoteles” es anterior al disco que señala, que "Eiti Leda" describe la Coca - Cola, la otra droga de Charly García, que se olvidan de "la línea blanca se terminó" de Llorando en el espejo en Serú Girán, y otros bises destacados.

martes, 3 de mayo de 2011

Citizen Marx. A 70 años del estreno de El Ciudadano Kane.

 Citizen Kane es un film con 70 años de vida. Fue estrenado el 1º de Mayo de 1941 (el 10 de diciembre en nuestro país) y consagró en ese año a sus guionistas con el Oscar (Welles-Mankiewicz, se dice que éste último es guionista colaborador de Alicia en el País de las Maravillas1939).

Sin dudas, cualquier cinéfilo coincidirá que Orson Welles, alma mater del proyecto, es uno de los más importantes directores del séptimo arte por innumerables razones. Hoy vamos a sumarle otro porotito.

En una escena memorable por empalagosa*, Charles Foster Kane deja caer un juguete trineo y esboza su última frase: “Rosebud”. Ese dato lo recoge un periodista que decide investigar su origen. El desenlace viene con moraleja: nos enteramos del abandono familiar, su carrera ligada a los medios, y finalmente su desintegración ética y afectiva.

“Rosebud”, el chiche, simboliza ese mundo materno perdido. El abrazo fraternal como el objeto salvador de su alma. Capaz, con la presencia del amor en su niñez, su vida hubiera contado con otros ejes, sin el final solitario del magnate. Es, claramente, una película moral: hay que buscar las cosas significativas de la vida en otro lado.

Me voy a detener sobre la carga afectiva que Foster Kane otorga al juguete.

Esa carga de afectividad que su dueño imprime en el juguete perdido nos acerca a la definición del fetiche. En Foster Kane lo vemos claramente, como también en alguna tribu perdida en el paleolítico, pero ¿podemos observarlo en nuestra vida cotidiana? ¿¡Eh!?

La libertad, bien supremo. Los economistas, los juristas, los revolucionarios franceses e incluso los periodistas multimillonarios encuentran en el liberalismo el “estado natural” de las relaciones humanas.  La libertad como aquello que puedo hacer sin afectar al otro: el otro como límite de mi libertad. Entonces ¿la libertad es a pesar del otro, excluido de mi fórmula?

Substituyo libertad por producción: La producción como aquello que puedo hacer sin afectar al otro: el otro como límite de mi producción. Entonces ¿la producción es a pesar del otro, excluido de mi fórmula? Este caso sí tiene respuesta: el intercambio.

A través del intercambio, quienes producen cosas se relacionan entre sí únicamente intercambiando (intercambiando = el mercado). Y ese toma/daca se comprende como una relación humana y no de objetos, lo que es en definitiva. Las cosas que tenemos funcionando como intermediarios entre nosotros.

Las cosas que cambiamos son el valor de trabajo que costó hacer ese objeto. El problema es que el sentido de valor está cargado por otro ser humano que, en esa operación, valoriza el trabajo que costó hacer ese objeto. Esto se llama el fetichismo de la mercadería, o la apariencia material del valor de cada cosa producida.
“El mundo de la mercancía es un mundo encantado”, decía Carlos Marx. El mercado iguala todo con la fuerza de un tsunami. Interrelaciona todo, todo es intercambiable, todo lo equivale a dinero, el igualador universal. Todo el trabajo humano materializado, como un chiche, es medible en valor y precio con cualquier otro objeto humano. 

Charles Foster Kane se aturdió con el poder del intercambio y el dinero. Es sin dudas una película moral y lo expresa cuando el magnate en su torre de papel acumula obras de arte que ni siquiera abre. Es la expresión del carácter fetichista del american way of live que, además de enamorar con sus chiches, oculta la forma de la producción de las cosas, oculta que cuando cambiamos cosas lo canjeado es trabajo humano sin rostro.

Que es lo mismo que pensar en los humanos como un medio para alcanzar nuestros objetivos. Nosotros mismos como mercancía.

Y sin rostro a su alrededor, sin contacto humano, el poderoso muere con el recuerdo melancólico de su chiche. Como dice Pedro Aznar, “detrás de esta máscara hay un niño asustado”.




Obviamente, los dejo con Money, de PkFlyd.

* Mentira, es brillante. Le pegaron mucho porque al parecer no es verosímil que alguien haya escuchado el susurro final del protagonista. Como ven, una crítica inútil y absurda. Dejo un análisis sobre la realización de la película http://cinematofilos.com.ar/2007/08/algunas-cuestiones-acerca-de-el.html