Sin dudas, cualquier cinéfilo coincidirá que Orson Welles, alma mater del proyecto, es uno de los más importantes directores del séptimo arte por innumerables razones. Hoy vamos a sumarle otro porotito.
En una escena memorable por empalagosa*, Charles Foster Kane deja caer un juguete trineo y esboza su última frase: “Rosebud”. Ese dato lo recoge un periodista que decide investigar su origen. El desenlace viene con moraleja: nos enteramos del abandono familiar, su carrera ligada a los medios, y finalmente su desintegración ética y afectiva.
“Rosebud”, el chiche, simboliza ese mundo materno perdido. El abrazo fraternal como el objeto salvador de su alma. Capaz, con la presencia del amor en su niñez, su vida hubiera contado con otros ejes, sin el final solitario del magnate. Es, claramente, una película moral: hay que buscar las cosas significativas de la vida en otro lado.
Me voy a detener sobre la carga afectiva que Foster Kane otorga al juguete.
Esa carga de afectividad que su dueño imprime en el juguete perdido nos acerca a la definición del fetiche. En Foster Kane lo vemos claramente, como también en alguna tribu perdida en el paleolítico, pero ¿podemos observarlo en nuestra vida cotidiana? ¿¡Eh!?
La libertad, bien supremo. Los economistas, los juristas, los revolucionarios franceses e incluso los periodistas multimillonarios encuentran en el liberalismo el “estado natural” de las relaciones humanas. La libertad como aquello que puedo hacer sin afectar al otro: el otro como límite de mi libertad. Entonces ¿la libertad es a pesar del otro, excluido de mi fórmula?
Substituyo libertad por producción: La producción como aquello que puedo hacer sin afectar al otro: el otro como límite de mi producción. Entonces ¿la producción es a pesar del otro, excluido de mi fórmula? Este caso sí tiene respuesta: el intercambio.
A través del intercambio, quienes producen cosas se relacionan entre sí únicamente intercambiando (intercambiando = el mercado). Y ese toma/daca se comprende como una relación humana y no de objetos, lo que es en definitiva. Las cosas que tenemos funcionando como intermediarios entre nosotros.
Las cosas que cambiamos son el valor de trabajo que costó hacer ese objeto. El problema es que el sentido de valor está cargado por otro ser humano que, en esa operación, valoriza el trabajo que costó hacer ese objeto. Esto se llama el fetichismo de la mercadería, o la apariencia material del valor de cada cosa producida.
“El mundo de la mercancía es un mundo encantado”, decía Carlos Marx. El mercado iguala todo con la fuerza de un tsunami. Interrelaciona todo, todo es intercambiable, todo lo equivale a dinero, el igualador universal. Todo el trabajo humano materializado, como un chiche, es medible en valor y precio con cualquier otro objeto humano.
Charles Foster Kane se aturdió con el poder del intercambio y el dinero. Es sin dudas una película moral y lo expresa cuando el magnate en su torre de papel acumula obras de arte que ni siquiera abre. Es la expresión del carácter fetichista del american way of live que, además de enamorar con sus chiches, oculta la forma de la producción de las cosas, oculta que cuando cambiamos cosas lo canjeado es trabajo humano sin rostro.
Que es lo mismo que pensar en los humanos como un medio para alcanzar nuestros objetivos. Nosotros mismos como mercancía.
Y sin rostro a su alrededor, sin contacto humano, el poderoso muere con el recuerdo melancólico de su chiche. Como dice Pedro Aznar, “detrás de esta máscara hay un niño asustado”.
Obviamente, los dejo con Money, de PkFlyd.
* Mentira, es brillante. Le pegaron mucho porque al parecer no es verosímil que alguien haya escuchado el susurro final del protagonista. Como ven, una crítica inútil y absurda. Dejo un análisis sobre la realización de la película http://cinematofilos.com.ar/2007/08/algunas-cuestiones-acerca-de-el.html
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