Zombies, fuente |
Pasaron
diez años de las hordas que venían del Cerro, un barrio que se convirtió en una
zona roja amenazante, de un peligro potente, donde vivían muchos y era un
misterio el por qué no se movían todos juntos y rompían todo, por qué no
empezaban a martillar cada costura de la pared para que se caiga, por qué no
reventaban los autos con fuegos prendidos con nafta, por qué no reventaban las
cabezas de los viejos contra el asfalto, que hicieran todo eso de una forma definitiva y, sin embargo, se
quedaban en el Cerro, nos dejaban expectantes, con el Cristo en la boca, porque
diariamente nos robaban, nos cogían y nos torcían los brazos hasta que las
muñecas nos estallaban sobre la espalda, entonces todos nos preguntábamos qué
les impedía hacerlo de una vez.
Yo no
me creía esto de que en el Cerro regía la ley de los piñazos, me parecía un
cuento de maravillas, una película, una relación que se trenza con un relato oscuro que
le cuentan a uno y que sólo le pasa a las viejas. Aunque yo también tenía mi
lugar oscuro con el Cerro. A mí me lo contaba una amiga que vivió allá antes
del 2002, que no era el Cerro amurallado por las chimeneas de los años cincuenta
sino que ya estaba sumamente golpeado. Contaba aquello sin nostalgia porque, si bien
vivía por el centro de la capital, en aquellos años ella lo recorría por
diversos motivos. A veces era la militancia. Ella era “bolche”, una cosa
exótica para alguien como yo, que se fascinaba fácil con cierta aureola mística
hecha como con artesanías: piecitas de su historia sueco-uruguaya (porque su
familia se tuvo que ir debido a la militancia del papá y la mamá), sus maneras
gentiles en el trato personal (sobre todo para decirme que no), su seguridad
sin espacio para las dudas sobre todo lo que le pasaba al país, la forma en la
cual se degradaba con los Redonditos de Ricota. Ahora que estoy contando otra
cosa lo digo directamente: ella me gustaba y no fui correspondido.
Del video de Ataque de Pánico |
Claro
que ella nunca me dio bola. Las “hordas” eran un rumor, nadie salió a robar, la
gente corrió sin motivos, no hubo nada. El país cambió después y como que se
olvidó de esto, pero yo entiendo que la crisis, y sobre todo nuestra manera de
pensarla, ahí sobre nuestro nivel más cutáneo, “las hordas”, era algo irreal
hecho para no tocar demasiado el mundo uruguayo, para hacer un cambio
cosmético, tan irreal como el rumor. Pero lo real fue el miedo, que ese día se
me escondió atrás de la angustia por el desamor, agazapado. Por eso cuando hablan del
2002, cuando leo o miro la forma en la cual retratan, re-tratan, interpretan, o
sacan el foco para otro lado, siempre me acuerdo del muchacho que fui al llegar
a la esquina de 18 y Andes, un tipo que sabía inútil cualquier forma de
protegerla, cualquier intento era una maniobra burda e insuficiente hacia alguien que no lo quería, que no podía entender lo grosero del mundo. Si eso no se
parece al fin del mundo, no sé qué puede ser.
QUE GRANDE GABRIELITA!!!
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