Foto: Walter Paccielo, Presidencia |
La prisión está en la cabeza, dice el director de la cárcel de Campanero Rodolfo Machado. Mientras nos explica cuáles son las líneas del nuevo sistema de gestión penitenciaria, dos carpinteros moldean una mesa a golpe de sierras y martillos. Quien toma los clavos cometió un crimen; quien se los entrega es policía, llega a las siete de la mañana para trabajar con el recluso mano a mano, sobre la madera, y lo llama “compañero”.
El Centro de Rehabilitación Campanero es un apéndice de la cárcel de Lavalleja, a pocos kilómetros de Minas, donde viven entre 30 y 40 personas privadas de libertad. Su objetivo es agregar un tratamiento al proceso de reclusión que hoy está vigente, para que los futuros egresados estén en condiciones de vivir en sociedad o, por lo menos, no quiebren la ley otra vez. Básicamente, la política de tratamiento que se imparte en Campanero es trabajo y educación.
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Acá lo que debe existir es una política de tratamiento penitenciario, afirma Rodolfo Machado, convencido por los cinco años de experiencia del proyecto. Pero para eso, aclara, el sistema debe contar con posibilidades para educarse, para formarse y para trabajar. Y también contar con respaldo de la sociedad civil, organizada hoy en una comisión de apoyo a la cárcel de Lavalleja, concluye.
Este apéndice carcelario cuenta con un astillero, talleres de carpintería, mecánica automotriz y herrería, dos bloqueras, una baldosera, criaderos para vacas, chanchos y cabras, además de la huerta y las horas de cocina, peluquería y cosmética para las mujeres que están recluidas en la prisión femenina.
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Para que un recluso ingrese a Campanero necesita el permiso de una junta de ingreso, compuesta por las autoridades de la Jefatura de Lavalleja y su cárcel departamental. Ellos evalúan si el caso a estudio es conciente que debe cumplir una disposición judicial, y si posee capacidad para vivir en régimen de semi libertad, porque en este centro de rehabilitación la reja más alta está a la altura de un adolescente. Sin embargo, no hay intentos de fuga.
Machado recuerda que en Campanero hay personas que cometieron delitos dolosos muy graves, pero son infractores de la ley penal que no tienen mentalidad delictiva. “No queremos que se contaminen con internos que tienen mentalidad formada en cárceles, queremos que salgan sin recibirse como delincuentes”.
Una vez ingresado, el nuevo recluso encuentra una barraca para alojarse, que compartirá con dos o tres privados de libertad. Las barracas están construidas con materiales de construcción elaborados o reparados por los propios presos. Cuentan con baño, cocina, calefacción a leña, energía eléctrica, roperos. Son habitaciones tan limpias como humildes, pero están muy lejos del hacinamiento de otros centros penitenciarios.
A Campanero llegan reclusos de todo tipo, inclusive gente que no fue alfabetizada. El centro cuenta con una maestra, un profesor de educación física, de manualidades, de cocina. Como todos tienen una jornada larga de labores, comienzan el día a las siete y, de acuerdo a las capacidades de cada uno, trabajan en lo que saben o aprenden, desde lavar y barrer hasta fabricar materiales de construcción en la bloquera, que elabora unos mil bloques por día.
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Mantener un centro de rehabilitación de estas características no es caro. Machado asegura que Campanero es capaz de autogestionarse. Además, pagan un peculio a cada recluso por su trabajo de 25 o 30 pesos por día. Quienes producen en la bloquera se reparten 200 pesos diarios.
Pero también producen otros productos que sirven para el consumo interno, como la leche, que no es proporcionada al centro por el Ministerio del Interior. “Y además, un centro de rehabilitación como este es más barato porque no es dinero de los contribuyentes destinado a un recluso que viola la ley una, dos, tres y más veces, como sucede hoy”, explica el director.
Durante el día de la entrevista, un recluso especializado en herrería explicó que sintió un “cambio total” con respecto al trato de otros centros de reclusión. Mientras conversábamos tenía la vista en la regla metálica que mide la extensión de las hornallas que, al finalizar el trabajo, formarán parte de una cocina. Los materiales que manufacturaba fueron donados por los vecinos y la cocina era para la cárcel de mujeres de Lavalleja. El recluso confía en la rehabilitación que proporciona el sistema. “Todos los policías te tratan con respeto, acá estamos con la cabeza en el trabajo”.
La cárcel masculina albergaba unos 21 reclusos hasta la pasada semana, cuando recogimos estas palabras. Pero frente a ellos se encuentra Campanero Mujeres, el centro de reclusión femenino para todo Lavalleja. Allí se encuentran mujeres con aptitudes para un régimen de semi privación de libertad y también reclusas cuya experiencia de vida es un desafío para los objetivos del centro.
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Una sola barraca aloja a las nueve reclusas. Los dormitorios están separados en habitaciones para madres y para solteras. Ellas se encargan de una huerta, donde alterna unas hectáreas a cielo abierto y otras con invernadero. Cultivan estragón, cilantro, albahaca, morrón, cebollinos, acelga, zanahoria, remolacha. El próximo mes limpiarán un depósito repleto de choclos, donde una máquina para desgranar maíz estará encargada de proporcionar el alimento para las gallinas, que es la responsabilidad de una de las reclusas.
“Estoy viva de casualidad”, concluyó una de las privadas de libertad al recordar su vida en otros centros de reclusión, plagada de abusos y maltratos. Hoy en día es la encargada de la biblioteca. “Los libros clásicos, los mejores, no los puse en el armario porque no tengo más lugar, así que ahí hay literatura barata y de la otra”, confiesa. “Acá el trato es humano. Entre las reclusas hay camaradería, hace mucho que nos conocemos y somos como de la familia”. Ambos reclusos, tanto ella como el herrero, sostienen que el sistema de reclusión de siempre es una escuela del crimen, donde se pierde todo, inclusive la dignidad.
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Rodolfo Machado tiene una visión muy personal dentro de la fuerza policíaca. Cree que en todos los centros del país hay un 33% de reclusos que no tienen necesidad de vivir hacinados y que pueden rehabilitarse en un sistema de extramuros, trabajando y aprendiendo. “Y estoy seguro que en un sistema de intramuros el 95% pueden tratarse en un sistema con trabajo y educación”, subraya. Hoy las experiencias similares se repiten en Colonia y Rivera. Cerro Largo y Rocha construirán en breve centros similares.
http://medios.presidencia.gub.uy/jm_portal/2011/noticias/NO_A680/NO_A680.flv
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