Isaac Washington, el barman de El Crucero del Amor. Harrmoso negro. Fuente |
El País informa hoy que los italianos están de punta con el comandante Francesco Squettino, el capitán del barco de lujo que rajó mientras tripulación y pasajeros intentaban salvar sus vidas. Los italianos se indignaron de tal forma que una camiseta hace furor. En su frente tiene estampada la frase “Vada a bordo, cazzo!”, algo así como “Vuelva a bordo, carajo!”, la orden que emitió el capitán de la guardia costera Gregorio de Falco desde el puerto al comandante irresponsable. Sin embargo, hay algo que me llama la atención.
El artículode El País, basado en el cable del diario La Nación, señala que los responsables de la camiseta admiten que su producto articula una respuesta social. “Simboliza a todos aquellos italianos que no quieren rendirse ante las dificultades que el país atraviesa en la actualidad y que, a pesar de todo, ‘continúa haciendo su deber’”, como dice el cable.
Pero, ¿qué hay que hacer? ¿En un país de recortes, de gasto cero, de desempleo, de consumo exacerbado, hay que permanecer en el lugar propio de manera estoica? ¿No habrá que refundar el barco? ¿No será necesario otro rumbo, otros comandantes, otros puertos? ¿No habrá que cambiar la respuesta?
Yo no me animo a tirar una frase como para camiseta. Pero sí arriesgo un pronóstico.
La famosa remera, cazzo! Fuente |
Imaginemos que estamos sobre un gran bote, con varias cubiertas cuyo acceso depende de nuestro poder adquisitivo. Este love-boat anda fuerte: pesa 112.000 toneladas, sus dos motores tienen una potencia de 21 MW y puede navegar a una velocidad máxima de 23,2 nudos. Pero en plena fiesta se estropea el casco y comienza a hundirse. Y la respuesta social es que todos debemos cumplir nuestro papel, tal cual lo veníamos haciendo. Yo, músico, continúo tocando a Wagner, mientras el agua sube por la cubierta y los ricos bajan con salvavidas. Yo dejo el violín, corro tras el inflador naranja y pongo pose de clavadista olímpico, hasta que alguien pasa, me toca el hombro y me señala su remera: “Vuelva a bordo, carajo!”.
¿No hay algo siniestro en eso?
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