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Esta
semana supimos que un hombre de 45 años ultimó a su hija de cinco, con 25
puntadas de un destornillador. El hombre desarrolló una psicosis crónica y
esquizofrenia, por lo tanto, fue declarado inimputable y derivado al hospital
Vilardebó. Según la pericia forense, interpreta los hechos en un contexto
delirante, sufre insomnio, anorexia y nunca fue tratado. La misma semana,
la Unasev informa que un uruguayo muere en las rutas cada 17 horas, víctima de
un siniestro de tránsito.
Sin
embargo, las reacciones ante ambas noticias fueron muy dispares. Por supuesto que apareció la ley
del talión y la falta de control por dejar un loco suelto. Frente a eso, siguen
pasando las horas y cada 17, cae una ficha. El problema, en el caso del homicidio tan comentado y consumido en los medios, es que se transforme en un arquetipo, en el modelo por el cual medir el resto de cosas que le pasa a la sociedad. Lo otro,
habitual, se mide en términos de “accidente de tránsito” y sin embargo no lo
es.
Cuando
se informa sobre un accidente de tránsito nos dicen quién murió, quién
manejaba, dónde fue, otras víctimas y el problema mecánico o humano que motivó
el siniestro, mientras vemos las chapas retorcidas, la esquina o la ruta, la
policía y los curiosos. Y esos son los términos para el debate público. Pero eso
esconde, sin querer queriendo, el contexto.
"Correte!"
Es
decir, la calle es un espacio público. Cuando hablamos de espacio público,
pensamos en la feria vecinal, la plaza pública, la salida de la escuela, etc.,
pero no estamos habituados a pensarlo en términos del tráfico de coches
cotidiano. Y, sin embargo, en ese espacio público están presentes todas las contradicciones de los
uruguayos. En especial de los montevideanos.
En cómodas cuotas. |
En ese
espacio público conviven los coches de alta gama, los que se parecen a los de
alta gama y las latas chinas del nuevo uruguasho, los motociclistas
descontentos por el transporte colectivo (que quiere comprar aviones pero no
quiere poner buses), y la angustiante desregulación laboral que padecen los
delivery en moto; pero también pasan los hurgadores, ese pliegue visible de una
madeja oculta que termina en China y vuelve en un producto de Indian Outlet.
Entonces,
en un espacio público gobernado por la ley del pedal, por la satisfacción
primaria y el poder-goce del más fuerte, es natural que mueran tantos. Sin
embargo, es un accidente, una categoría que responde a la fortuna y la
casualidad, nunca a la razón. Y como el homicidio es aberrante y lo puede
cometer cualquiera (porque aunque se demuestre que es un sicópata, no deja nunca de
ser un vecino), todos estamos en peligro y la defensa es un castigo más firme.
Habrá
que cambiar la mirada. De lo contrario, nacerán normas basadas en la locura y
accidentes fundados en la causalidad. Y el reloj sigue corriendo.
Thunderstuck, AC/DC
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