domingo, 11 de noviembre de 2012

Moxquitos


Son las 4 horas y 45 minutos de la mañana y no puedo dormir. Me van a decir que soy un pelotudo, pero el zumbido de los mosquitos me causa insomnio. No voy a usar un insecticida ni un repelente, con este calor sería insoportable. Esto es un deja vú permanente: viene zumbando, me aturde, me pica en la oreja y me rompo la jeta de un cachetazo. Una y otra vez. Así que lo tengo que matar, si quiero dormir no me queda otra. Por eso estoy acá a las 4 y pico de la mañana, porque si lo espero lo puedo matar. Entonces espero que pase frente al monitor de la computadora, acá, mientras escribo. Lo mato y me voy a dormir en paz. Y mientras, cuento algo. Tengo ganas de escribir un texto que te permita interpretar toda la expectativa que tengo. Quiero encontrar al mosquito revoloteando frente a la computadora. Y ahí lo mato.

Me está matando ese intenso dolor en la vista que tengo y que está batido con el pegote del cuerpo caluroso y con el horario de trabajo que debo cumplir y la impotencia y todo lo demás que ya sabés. Y él zumba por ahí. Quiero bajarlo a tierra y terminar el problema. Pero para eso, tengo que armarme una torre de paciencia. Respiración baja, dedos tecleando en silencio, vista concentrada en lo que escribo. Contar. Edición, mucha edición, para hacer tiempo. Como si el mosquito no existiera realmente, como si no lo esperara realmente. Al moxquito lo cuento. Te lo cuento a vos, que me leés. Escribo y, en el fondo, busco otra cosa. Quiero matar lo que me distrae el sueño y ahora que me muero por dormir bien empiezo la escritura. Pero justo ahí cuando aterrizo, el moxquito me recuerda que estamos solos. Que estoy solo, porque él es una cosa indestructible en su mérito, de voluntad innegociable. Y que yo lo traduzco, de forma potente, como algo suspicaz y terrible.

Ahí pasó. Hasta mañana.

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